viernes, 2 de febrero de 2007

Los peces de Santiago el torpe llegaron a casa hace dos años. Al principio eran dos: Tucu y Poroncho. A los dos meses eran siete, y así se fueron multiplicando. Poroncho se murió al año, y Tucu vivió un tiempito más. La verdad, es que a ellos dos sí que los extraño, porque fueron los primeros y los quería un poco. Pero estos últimos, que se reproducen y reproducen, son odiosos.
Nene, nene, dice mi abuela Margarita, esos pescados son peores que conejitos...
Peces, abuela, peces
, contesta Santi, con su vocesita socarrona, y se choca alguna silla, mesa, maseta o hasta pared, en ese segundo de despiste.

Quedaron doce nomás porque los otros se fueron muriendo, pero en total habrá habido en casa unos veinticinco. ¡Veiticinco peces nadando y nadando todo el santo día, con esos ojos abiertos continuamente, la boca en u, las branqueas que se abren y se cierran, los movimientos sensuales de las hembras, los toscos y ágiles de los machos!
El problema con los peces fue Combotas. A cada rato se quería morfar alguno. Metía la patita y buscaba, y de vez en cuando alcanzaba a alguno con sus garras. Me acuerdo que encontramos los huesitos de uno; Jaime, según Santiago.
No sé cómo hace para tener un nombre para cada uno.
Ahora, igual, a la pecera le pusimos piedritas, tapa, filtro, decoraciones para peces, y mamá está pensando en comprar una más grande, pero papá se niega.
No vaya a ser cosa de que nuestra casa se convierta en criadero, dice.

No hay comentarios.: